Refugiados tras la cída de Málaga. Foto: The Illustrated London News. Febrero de 1937
Refugiados
Fotografía Publicada en The Illustrated London News, el 27 de febrero de 1937, en una página está encabezada por «MALAGA IN THE HANDS OF FRANCO’S FORCES: REFUGEES AND HOMELESS».
Queipo de Llano firma esta proclama arrojada desde aviones sobre Málaga:
«¡MALAGUEÑOS! Me dirijo en primer lugar a los milicianos engañados. Vuestra suerte está echada y habéis perdido. Un círculo de hierro os ahogará en breves horas; porque si por tierra y aire somos los más fuertes, la Escuadra leal a la dignidad de la Patria os quitará toda esperanza de huida, ya que la carretera de Motril está cortada.
Es inútil vuestra resistencia, que no hará más que agravar vuestra suerte. Entregadnos vuestros jefes y autoridades que os han estado engañando y almacenad las armas, para salir con los brazos en alto al encuentro de mis columnas. Será la única manera de salvar la vida de todos aquellos que no hayan adquirido responsabilidad en tantos crímenes como se han cometido en Málaga…»
La «escuadra leal a la dignidad de la Patria» (el «Cervera» y el «Baleares») y la aviación bombardean a los refugiados en su huida a lo largo de los 210 kilómetros que separan Málaga y Almería, sembrando la carretra de cadáveres y niños abandonados.
En The crime on the road Málaga-Almería, narrative with graphic documents revealing fascists cruelty, Norman Bethune escribe: «…caminaban de noche agrupados en un sólido torrente, hombres, mujeres, niños, mulos, burros, cabras, gritando los nombres de sus familiares desaparecidos, perdidos entre la multitud.»
El 7 de febrero el ejército italo-franquista estaba ya a pocos kilometros de una ciudad a la que no habían llegado los refuerzos para su defensa, se decidió la evacuación y el traslado del Cuartel General a Nerja.
(…)
Así, toda una avalancha de familias enteras comenzaron el éxodo hacia Almería. Desde los primeros días de Febrero empezaron a salir evacuados, pero escasos en número y, generalmente, en automóviles.
(…)
…el día antes, incluso la misma madrugada del 8 de febrero, cuando se escuchaban los lejanos disparos salieron, en desbandada, los que no se habían decidido antes o creían que la resistencia era posible aún.
(…)
salieron con utensilios de cocina, comida, ropas, sin faltar quienes cargaron con la máquina de coser, colchones y algunos muebles. De todo tuvieron que irse desprendiendo a medida que avanzaban.
(…)
Iban tirando, por el cansancio, todo lo que habían cargado hasta conservar alguna manta y comida, que pronto se acabaría.
(…)
la gente, por el camino, iba cerrándoles las puertas, por temor a quedarse sin nada y a las represalias posteriores.
(…)
…hemos cuantificado entre 3.000 y 5.000 los muertos en la huida.
(Málaga entre la Guerra y la Posguerra)
El alto mando republicano, los dirigentes políticos y sindicalistas, y otros que temían las consecuencias de la ocupación nacionalista, intentaron escapar por la carretera de la costa, aunque la inundación de Motril hacía el paso sumamente difícil. Los más afortunados huyeron en los pocos automóviles de que se podía disponer, y el resto a pie. El Canarias, el Baleares y el Velasco bombardearon la ciudad, pero la flota republicana continuó inactiva.
(…)
En la carretera de la costa que llevaba a Almería, los tanques y la aviación nacionalistas se lanzaron a la caza de los fugitivos. Mataron a muchos, mientras que la mayoría de los que escaparon quedaron tendidos en la carretera, exhaustos y medio muertos de hambre.
El intento de defensa aérea de este trágico éxodo fue el último combate en el que participó la escuadrilla aérea de André Malraux.
(La guerra civil española)
Una mujer de pelo liso me miraba con ojos que no ven. De vez en cuando movía ligeramente los labios. No me atreví a preguntarle qué es lo que hacía allí junto al hatillo haraposo. De la casita del guardaagujas salió una niña de unos tres años. Venía por el camino con los pies desnudos. La mujer se agitó. Miró alrededor y empezó a bracear. El guarda salió, cogió a la niña, y me dijo en voz baja: «Esa mujer es de Málaga; a sus hijos los han matado. Málaga…»
Esta palabra también designa un vino oscuro, de un dulzor empalagoso. En la playa de un mar azul maduran uvas menudas, dulcísimas. En las calles de la ciudad había palmeras. En hoteles blancos, en casas con fachadas marroquíes, entre palmeras y viñas, vivían los ingleses ricos. Estaban en esta ciudad precisamente por su dulzura y por su tranquilidad. En ninguna parte del mundo había un vino tan dulce y un sol tan cariñoso. Había un barrio entero únicamente poblado por negociantes reumáticos, de Londres, Liverpool o Glasgow. Algunas veces llegaban hasta las oscuras y estrechas de la extrema barriada del Norte. Las hijas de los negociantes tenían Kodaks; retrataban la miseria pintoresca. En estas calles estrechas vivían los trabajadores, los cargadores, los pescadores. Pero allí no había ni palmeras, ni fachadas marroquíes. Allí la vida era oscura y desnuda: chozas, harapos, «gazpachos». A veces los pescadores o los cargadores se declaraban en huelga. Se metía a los incitadores en calabozos oscuros y malolientes. Los obreros no podían resistir más, y, a veces, sacaban por ,los ventanucos trapos encarnados; entonces los guardias civiles disparaban. En las chozas lloraban los chicos, hambrientos y desnudos. La vida en este dulce y empalagoso Málaga era bastante amarga.
En la primavera del año pasado Málaga se estremeció y despertó. Los hombres creyeron en una vida sin chozas, sin harapos, sin el llanto de niños hambrientos. Málaga envió comunistas a las Cortes. Los jornaleros, que habían cobrado siempre dos pesetas, empezaron a cobrar cinco. Empezó a darse trabajo a los parados; la ciudad empezó a edificar escuelas, hogares de obreros. Los terratenientes y los guardias dejaron de beber Málaga: ese nombre les parecía irresistible. Le añadieron la palabra «la roja». Con esto quisieron desprestigiar la ciudad. Pero los habitantes de Málaga, como todos los españoles, gustan del color rojo. Querían, además, la libertad y la vida. Y empezaron a también a llamar a su ciudad «Málaga, la roja».
Los reumáticos de Liverpool se marcharon: quizá temiesen al caluroso verano andaluz, o quizá a la «nueva vida» soñada por os habitantes de la extrema barriada del Norte.
En el mes de julio, el general Queipo de Llano ordenó a los oficiales del 12º regimiento, acuartelado en Málaga, que metieran en cintura a la desobediente ciudad. Los soldados engañaron a los oficiales, los oficiales engañaron al general: Málaga quedó roja. Seis meses ha luchado la ciudad independiente de los altos centros del mando del país, contra los ejércitos fascistas. En Málaga no había ni mando único ni Ejército disciplinado. En el séptimo mes desembarcaron los italianos en Cádiz. Trajeron artillería y tanques los bandidos romanos soñaban con otra Abisinia. Los héroes de Kaporetto, a los que habían batido todos los ejércitos regulares del mundo y los que presumían por su victoria sobre los etíopes, descalzos y sin armas, se decidieron a dar la gran batalla a los descargadores y pescadores de Málaga. Pero además tuvieron un apoyo: los barcos alemanes navegaban cerca de la costa; aviones alemanes volaban sobre la ciudad. Los italianos enviaron por delante a los soldados marroquíes. Para tranquilizar al Comité de Londres, estaba en un tren de campaña el gobernador militar de Málaga, conde de Sevilla. Y dos secos falangistas sostenían la bandera de España monárquica. Cuando los italianos entraron en la ciudad, colgaron al lado de la Virgen Santa, su bandera cruzada por la esvástica de los aliados.
No se ha dejado entrar a los periodistas extranjeros. «Todavía se está haciendo allí una gran limpieza». Les prepararon un magnífico palacio en las afueras de la ciudad. En el barco «Cánovas», los falangistas encontraron a sus amigos presos fascistas. Los republicanos no mataron en su retirada a los presos. Seguramente por eso el general Queipo de Llano «ha ordenado castigar severamente a los asesinos rojos». Pero ni los legionarios ni los italianos necesitan este consejo. Cantando la «Giovinezza», los italianos pasaron por la avenida del Marqués del Río (sic). Los legionarios prefirieron las barriadas obreras. No cantaban un himno pomposo, sino que quemaban y rompían los muebles y utensilios, sacaban a los hombres a la calle para fusilarlos: los italianos habían traído balas de sobra. Apostaban para ver quién apuntaba mejor. El que ganaba cogía a la mujer o a la hija del fusilado. El río Guadalmedina rebosaba cadáveres. En Larios había que ir separando los cadáveres con el pie para poder andar por las calles. Después, el conde de Sevilla, ordenó barrer las calles principales: había entrado un crucero inglés en el puerto.
En la plaza de San Pedro los fascistas encendieron una inmensa hoguera, en donde quemaban apresuradamente los cadáveres. Inmediatamente se hicieron defensores de la justa condena: nada de fusilamientos sin juicio. En tres días apresaron a ocho mil personas. Los luchadores se habían marchado de Málaga, con ellos 40.000 mujeres y niños. Los facciosos cogían al abuelo del secretario del Sindicato de panaderos o a la sobrina de un miliciano muerto. Juzgaban hasta 300 personas por día. No había tiempo para que los escribientes anotasen los nombres de los fusilados. En la primera sesión del Tribunal, una mujer bañada en lágrimas dijo: «Yo no tengo culpa de nada; yo estaba lavando ropa.» Un viejo gritó: «¡Animales!» Los oficiales no discutieron; tenían prisa de fusilar. El presidente del tribunal decía, bostezando: «El siguiente…» El corresponsal del «Popolo d’Italia», señor Barzini, mandó el siguiente radiograma: «El Tribunal actúa de acuerdo con todos los principios humanos. No se aniquilará más que a los incitadores y criminales.» Quizá se encontrase cuando iba a la oficina de Telégrafos a la lavandera Encarnación Jiménez que llevaban a fusilar los falangistas por «incitadora y criminal!». Entre las rocas se acumulan los fugitivos. Iban mujeres, enfermos, viejos. Llevaban niños al brazo. Sobre los niños, muertos de terror, muertos de terror, volaban los aeroplanos alemanes. Estaban limpiando a España del pueblo español. De los hijos pueden salir marxistas y esto es molesto y peligroso. El loco general Queipo de Llano decía por radio: «Toda la población de Málaga nos recibió con entusiasmo. Las mujeres besaban las manos a sus bravos muchachos.» ¿Quién ha besado las manos a los legionarios, su excelencia? ¿Acaso los que huían bajo el fuego de los aviones alemanes? ¿O los fusilados y sus cadáveres, que han llegado a intranquilizar incluso al conde de Sevilla? ¿Quizá alguno de los 8.000 presos? ¿O la lavandera Encarnación Jiménez, que fue fusilada por vuestros bravos legionarios por haber lavado sábanas en un hospital? Yo he visto a una persona de allí; la mujer del camino. No pudo hablar. No podía entender que a sus dos niñas las habían matado en el camino de Motril. Yo he visto sus ojos y sé lo que han hecho los facciosos en Málaga. Esto lo sabe toda España. (…) La ensangrentada Málaga roja ha sido eficaz: por fin ha despertado el país.
(Ilia Erenburg, Málaga. ABC, Madrid 6-3-37 (De «Izvestia», de Moscú).
La caída de Málaga fue utilizada como arma arrojadiza entre las distintas facciones dentro del bando antifascista, entre los partidarios de dar prioridad a la revolución o a la guerra; de enfrentarse antes a la guerra y después a la revolución, o de hacer una guerra revolucionaria; entre quienes acusaban a los revolucionarios de indisciplina e irresponsabilidad y los que achacaban al gobierno el abandono y la negación de auxilio a las zonas que amenazaban con escapar de su control:
«Ahí está el ejemplo de Málaga. Dentro de Málaga habría seguramente, discusiones como las que hay ahora por aquí. Desde luego, la ciudad no se ha perdido por eso; pero se ha perdido. Málaga está hoy bajo el látigo de Queipo. Imagínese, pues, lo que estará pasando por allí. Y esto es lo más grave de la guerra feroz que estamos padeciendo. De la guerra, que es mucho más urgente, muchísimo más que la revolución…»
La Voz
En ABC, Madrid 11-2-37
«…En la retaguardia, en las ciudades alejadas momentáneamente del peligro de la guerra, unos cuantos ilusos se permiten, muchos inconscientemente, algunos para ocultar con un falso espíritu extremista la cobardía que les impide ir al frente, encizañar la moral de las poblaciones a las que no ha llegado todavía el fragor de las batallas.
¡Que se vayan ahora a explicar al proletariado malagueño lo que es la revolución y que les detallen cómo podrán hacerla mientras dominen los facciosos!»
Informaciones
En ABC, Madrid 11-2-37
«…el caso de la pérdida de Málaga no es la lucha de unos partidos o grupos con otros. Las responsabilidades hay que buscarlas arriba, en las personas dirigentes del Ejército que, conocedoras de la crítica situación de Málaga, no hicieron nada o lo han hecho cuando ya era tarde»
Frente Rojo
En ABC, Madrid 16-2-37
«Ha llegado la hora de hablar claro, pese a quien pese y caiga quien caiga. Málaga ha sido víctima de la política que regatea a todos los frentes antifascistas, que no son políticos, los elementos de defensa que necesitan (…) los interesados en hacer fracasar la Revolución humana que se ha iniciado en España, y que prefieren el fascismo al triunfo de la causa de los trabajadores (…) políticos ofuscados por sus mezquinas ambiciones particulares, no vacilan en permitir el exterminio de nuestros mejores hermanos que piden armas y municiones para acabar con la barbarie fascista.»
Ideas
Barcelona 11 –2 -37
Lo que de ningún modo puede prevalecer es la política impunista y contrarrevolucionaria. La caída de Málaga exige un proceso de responsabilidades, claro, rápido y terminante.
Responsabilidad para quienes, a pesar de los siete meses de guerra transcurridos, no habían ordenado la fortificación de Málaga.
Responsabilidad para quien, conocedor del avance faccioso sobre la capital malagueña, no llevó a cabo los preparativos necesarios para impedirla o tratar de impedirla.
Responsabilidad para quien, a pesar de disponer de un contingente de tropa compuesto por varias compañías del Ejército, una de la C.N.T., dos de Carabineros, milicias populares y grandes grupos de ciudadanos decididos a una defensa heróica, dio, inesperadamente, la orden de retirada.
Responsabilidad para quien, técnicamente conocedor de la importancia estratégica de Málaga, no envió el armamento necesario y permitió que Málaga sólo contase para su defensa con ocho o diez ametralladoras y cinco o seis cañones del 5,5.
Responsabilidad para quien, desde la Comandancia militar de Málaga, lanzó el «¡Sálvese el que pueda!», que desmoralizó a la ciudad y facilitó la entrada a las tropas invasoras.»
LA LIBERTAD
En ABC, Madrid 7-3-37.